El presente del Atlético de Madrid tiene nombre propio en el costado derecho: Giuliano Simeone. Lo que comenzó como una oportunidad para un jugador joven que debía ganarse el sitio se ha convertido en un ejemplo claro de mérito y rendimiento.
En una plantilla profundamente renovada y construida a golpe de inversión, el argentino se ha consolidado como un futbolista imprescindible, cuya mezcla de agresividad, verticalidad y compromiso táctico no tiene sustituto natural en el plantel.
Sus cifras refuerzan sensaciones: 1 gol y 3 asistencias en este inicio, camino de superar con prontitud los registros del curso pasado (2G + 6A).
Pero su aportación va mucho más allá. Giuliano presiona, roba, fija al lateral rival y ataca los espacios con una intensidad que conecta con el Metropolitano y da al Atlético una marcha adicional. En un equipo que, por momentos, sufre para romper defensas con desequilibrio individual, él se ha convertido en la gran vía de escape.
Se ha ganado lo que nadie le regaló
Giuliano ha derribado cualquier prejuicio familiar. No juega por ser hijo del Cholo: juega porque su presencia mejora al equipo. Su despliegue físico equilibra defensivamente al bloque, sostiene transiciones y permite que futbolistas como Griezmann, Álvarez o Almada encuentren zonas interiores más favorables.
Mientras fichajes como Raspadori, Ruggeri o Gallagher aún buscan su encaje ideal dentro del esquema, él ya actúa como una garantía competitiva.
La magia de Giuliano ✨ pic.twitter.com/LmSqAQeFE7
— Atlético de Madrid (@Atleti) July 14, 2025
Si no está Giuliano, cambia el equipo: el rompecabezas del Cholo
La influencia del argentino también se mide cuando no está. En el sistema más repetido por Simeone, con Hancko actuando como tercer central y Nico González ejerciendo de carrilero largo, Giuliano cumple una función esencial: activa la presión alta y sostiene la profundidad ofensiva.
Si es baja, el plan debe transformarse. Cuando Llorente ocupa su lugar, el Atlético mantiene intensidad, pero pierde desborde y la circulación se vuelve más lenta, obligando al equipo a elaborar más y correr menos hacia adelante. Si Almada parte desde esa zona, el juego gana asociación por dentro, pero desaparece la amenaza exterior y Nico debe protegerse más, reduciendo amplitud y sorpresa. Con Raspadori, el Atlético adopta una estructura más centrada en el área, pero la presión tras pérdida baja metros y la banda derecha se vuelve una zona de paso, no de ventaja.Incluso en un 5-3-2, el equipo se blinda defensivamente pero renuncia a intimidar al rival con la misma constancia.
En resumen: con Giuliano, el Atlético compite a su ritmo; sin él, el sistema debe redibujarse para compensar su ausencia. El Atlético funciona con Giuliano porque él hace funcionar al Atlético.






