El Metropolitano volvió a rugir como en los buenos tiempos. El Atlético pasó del bostezo al vendaval, de la duda al orgullo. Tres zarpazos en media hora borraron del mapa a un Sevilla plano, roto y cada vez más hundido. Fue una tarde de esas que reconcilian al equipo con su gente y confirman que, cuando el Atleti aprieta, pocos sobreviven.
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Un mismo bolque
Durante la primera mitad, el Atlético se enredó en su propio impulso. Mandaba, sí, pero sin filo. Koke marcaba el compás, Baena bajaba a tejer jugadas y Giuliano atacaba los espacios, aunque el gol no aparecía. El Sevilla, replegado y con más intención de no sufrir que de competir, sobrevivía gracias a un par de manos firmes de Vlachodimos y al desacierto local en los últimos metros.
Todo cambió tras el descanso. El Atleti salió con el colmillo afilado y el partido se encendió en una jugada tensa en el área: Giménez cayó, el VAR llamó y Julián Álvarez, con la calma de quien lleva sangre de nueve, ajustició desde los once metros. El 1-0 fue el clic emocional que necesitaba el Metropolitano. A partir de ahí, fue un monólogo rojiblanco.
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El Sevilla se desmoronó sin remedio. Gudelj y Nianzou parecían de cristal frente a la movilidad de Almada, que firmó el segundo con una definición preciosa tras una combinación eléctrica. El argentino, cada vez más integrado, se soltó con esa naturalidad de los que entienden el juego sin forzarlo.
La calidad nunca se pierde
Y faltaba el detalle sentimental, el broche de los grandes días: Griezmann. El francés, omnipresente en todas las fases, cazó un balón en la frontal y lo mandó a guardar para sellar el 3-0 y su gol número 200 en Liga. El estadio se levantó como un solo cuerpo; el gesto serio del ‘8’ lo decía todo: historia viva del club.
El Atleti recuperó sensaciones, ritmo y autoridad. Es un equipo que, cuando huele sangre, no perdona. El Sevilla, en cambio, se fue sin alma, sin plan y sin reacción. Lo suyo ya no es una mala racha, es un derrumbe. Mientras el Metropolitano se despedía cantando el nombre de Griezmann, el contraste era brutal: un equipo que mira hacia arriba y otro que ya no sabe dónde está el suelo.






