Lo de Lamine Yamal y la Selección Española huele a lo de siempre: ego y desconfianza. La RFEF anunció su desconvocatoria por “no estar en condiciones óptimas” tras someterse a un tratamiento por su pubalgia en el Barça. Hasta ahí, todo bien. El problema es que nadie en la Federación sabía nada de ese tratamiento. Ninguna comunicación. Ninguna llamada. Nada.
El Barça actuó por su cuenta, como si la Selección fuese un estorbo. Hansi Flick ya había dejado caer hace unas semanas que “la selección no cuida bien a sus jugadores”, y ahora parece que el club quiere tomar las riendas del físico de Lamine. Pero luego, en el Barça, el chaval juega todos los minutos posibles, sin descanso, sin rotaciones y sin precauciones. Curiosa manera de protegerlo.
Luis de la Fuente, con razón, decidió desconvocarle. Si no hay comunicación ni garantías, no hay confianza. Y este episodio deja claro que la guerra entre clubes y selecciones sigue más viva que nunca. El Barça no quiere que Lamine se lesione con España, pero tampoco se corta en exprimirlo en su propio beneficio.
Lamine no tiene la culpa de esto. Es un talento que pertenece al fútbol español, no a un solo escudo. Si el Barça y la Selección no son capaces de hablar entre ellos, el que sale perdiendo no es Luis de la Fuente ni Hansi Flick. Es Lamine y el propio fútbol.






