30.812 personas en un estadio que supera los 71.000 asientos. Esa fue la entrada del España–Turquía. Una cifra ridícula para un partido oficial de la Selección. La obsesión de la RFEF con jugar en La Cartuja es una cosa que preocupa y la realidad lleva años avisando: la gente no conecta con este escenario.
Sí, se pueden buscar excusas: el día y la hora del partido, los difíciles accesos al estadio, las lluvias de los últimos días en Sevilla… pero nada de eso tapa la realidad. Si sabes que no se va a llenar, no lleves el partido allí. Es así de simple. La Selección necesita estadios que empujen, ciudades que respondan, ambientes que transmitan pasión. En La Cartuja, no lo tuvo.
Desde el césped la imagen era aún más desoladora. Miraba a mi alrededor y veía sectores totalmente desiertos. Era imposible no quedarse pillado con esa imagen: medio estadio vacío. Un ambiente frío, disperso, totalmente desconectado del partido. En otros lugares, con esa misma entrada, tendríamos un ambientazo. Aquí simplemente sobraban sillas.
Mientras tanto, ciudades como Bilbao, Málaga, Gijón o A Coruña siguen esperando oportunidades para demostrar que la Selección puede jugar ahí. Estadios que vibran, que acompañan, que llenan. Estadios donde 30.000 personas no son un fracaso, sino un estadio prácticamente lleno. Solo hace falta dejar de empeñarse en lo que no funciona.






