En una tarde helada en Madrid, el Atlético de Madrid sabía que su visita al Coliseum sería una guerra de balón dividido, fricción constante y escaso margen para el error.
Y así fue. El duelo ante el Getafe siguió el guion previsible: un choque físico, áspero, saturado de interrupciones y con muy poco espacio para el fútbol. Ganar allí, ante un equipo de Bordalás que domina mejor que nadie el arte de incomodar, exigía carácter, paciencia y resistencia. El Atlético sobrevivió… y ganó.
Un plan condicionado por las bajas y una lesión inesperada
Simeone arrancó con dos decisiones claras: Musso supliendo a Oblak y Marcos Llorente por delante de Nahuel Molina, doblando lateral para reforzar la banda. Pero su apuesta saltó por los aires a los 13 minutos.
Llorente cayó lesionado, poniendo fin a su racha de 33 partidos consecutivos. La entrada de Griezmann obligó a modificar el plan: un Atlético más bajo, menos agresivo en la presión y con menor control territorial.
Ese cambio transformó el partido. El equipo se vio empujado a un duelo más incómodo, más “Getafe”, repleto de faltas, duelos aéreos y ataques en vano. Aun así, los rojiblancos encontraron dos acciones claras: una de Nico y otra de Griezmann, que se marchó desviada. El Getafe apenas inquietó, salvo un remate blando de Borja Mayoral.
700 partidos con el equipo de su vida.
— Atlético de Madrid (@Atleti) November 23, 2025
Orgullosos de ti, capitán. ❤️🤍 pic.twitter.com/M4bljjIzHT
Un partido que pedía músculo, paciencia… y a Sorloth
La segunda parte siguió la misma línea áspera. Atlético sacó de centro y a los diez segundos ya recibía una falta. Nada cambiaba. Con el partido trabado, Simeone movió piezas al cuarto de hora: Sorloth —el recurso que pedía el encuentro— entró para bajar balones, ganar duelos y oxigenar al equipo. También ingresó Raspadori, reemplazando a Koke (que cumplía 700 partidos) y a un Julián Álvarez amonestado y desaparecido.
El choque seguía en territorio azulón: presión intensa, líneas juntas y un Atlético obligado a madurar cada jugada. Baena y Barrios intentaban asociarse, pero el partido era una guerra de trincheras. En el 68, más cambios: entraron Gallagher y Hancko para reforzar músculo y piernas en un contexto donde cada balón dividido era vida o muerte.
Y entonces, tras más de veinte faltas acumuladas, llegó la jugada que lo cambió todo.
En el minuto 81, Gallagher y Baena combinaron con criterio en una jugada trabajada, Baena centró de exterior y Raspadori atacó el primer palo con fe. Su toque hacia Griezmann forzó el error de Domingos Duarte, que terminó empujando el balón a su propia portería.
Gol en uno de los campos más complicados de Primera y que valía un triunfo enorme.
Los últimos minutos fueron puro sufrimiento. El Atlético, con un guion claro, se encerró para evitar riesgos. Pero en el 93’, un remate de Arambarri al larguero congeló la respiración de todos, todavía más con el frío que caía en el Coliseum.
El Atlético resistió. Y ganó.
Un triunfo que, más allá de su brillo, demuestra madurez, oficio y crecimiento competitivo. Tres puntos que pesan muchísimo en un campo donde casi nadie se lleva botín. Y ahora, la mirada apunta a una semana decisiva: Inter de Milán en Champions, Oviedo en Liga… y el Camp Nou en el horizonte.






