De la mano de Luis Enrique, el PSG había conquistado por fin Europa con una autoridad incuestionable, y la cita mundialista en Estados Unidos se presentaba como el broche de oro a una temporada casi perfecta. Sin embargo, aunque el camino ha comenzado con firmeza, la presión sigue siendo tan alta como siempre en un club acostumbrado al foco y al juicio constante.
Desde su aterrizaje en la competición, el PSG ha demostrado que no ha llegado de turismo. En su debut, se impuso al Seattle Sounders con un claro 4‑0, aunque el técnico asturiano no tardó en alzar la voz sobre uno de los aspectos más criticados del torneo: el mal estado de los terrenos de juego.
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El rumbo del PSG en el Mundial de Clubes
Ya en octavos de final, el PSG se enfrentó a un rival mediático y con aroma nostálgico: el Inter de Miami de Leo Messi. Aunque el morbo era inevitable, el desarrollo del partido fue inequívoco. El equipo parisino arrolló al conjunto estadounidense con otro 4‑0, firmando una actuación coral en la que brillaron João Neves, Hakimi y el despliegue colectivo de un bloque perfectamente engrasado.
Más allá de los resultados, el gran mérito del técnico gijonés ha sido convertir a una plantilla llena de talento individual en un equipo. Un verdadero equipo. La fluidez del juego, el rigor defensivo, la presión tras pérdida y la disciplina táctica evidencian una transformación profunda.
Ese bloque, sin embargo, aún debe pasar su examen más duro. En los cuartos de final espera un rival de verdadero nivel europeo y será ahí donde se medirá no solo la calidad futbolística, sino la madurez emocional de un grupo que aún no ha probado la presión real de una final internacional sin margen de error. Luis Enrique, consciente de ello, ha mantenido un tono sereno, pero exigente. No ha ocultado los problemas del entorno ni ha inflado las victorias. Sabe que el objetivo final es levantar el trofeo, y que todo lo anterior es solo una parte del trayecto.