Monterrey selló su clasificación a los octavos del Mundial de Clubes, y buena parte del mérito lleva nombre y apellido: Sergio Ramos. El ex del Madrid no solo sostuvo la defensa, sino que se convirtió en el líder anímico del vestuario. A sus 39 años, demuestra que el fútbol también se juega con la cabeza, para meter goles… y con el corazón.
Sergio Ramos, jerarquía que se nota
Desde su llegada, Ramos transformó el carácter del equipo. En los partidos clave, fue el primero en alzar la voz, ordenar líneas y cortar cualquier intento rival. Más allá del plano defensivo —donde sigue ganando por arriba como en sus mejores días—, su simple presencia contagia seguridad. Sus compañeros lo ven como el faro en mitad del temporal.

Además, más allá de ese liderazgo invisible, los datos también hablan claro: Ramos acumula tres partidos completos sin ser sustituido, con un 85% de duelos ganados y un 91% de precisión en pases, muchos de ellos en salida limpia desde el fondo. Además, suma 1 gol, 12 despejes, 7 intercepciones y 0 tarjetas en el torneo, reflejo de una defensa sobria y eficaz. Aunque aún no ha marcado, ya estuvo cerca con un remate de cabeza al palo. Su impacto no se mide solo en estadísticas, pero estas confirman lo que se ve en el campo: Sergio está más vigente que nunca.
Un plus que vale oro
En torneos como este, donde los márgenes son mínimos, tener a un jugador con cinco Champions y un Mundial en la espalda marca la diferencia. Monterrey, que viene peleando siempre pero a veces fallaba en el momento justo, hoy tiene ese extra que antes le faltaba. Ramos no solo llegó a jugar: llegó a liderar. Y gracias a eso, los Rayados ya están entre los 16 mejores del mundo.